Es sábado, un sábado en Madrid.
Algunas personas acuden al Canal. Los novatos que han mirado sus entradas se
preguntan por el nombre de la sala, verde… ¿por qué? Verde es el color de la
esperanza, de la paz, del perfecto equilibrio de situarse en el medio del
espectro. Pero también es verso lorquiano y, no lo olvidemos, representación de
una emoción vilipendiada. Y lo cierto es que de ambas cosas (Lorca, y envidia),
anda sobrada “la no casa” de Bernarda.
Carlota Ferrer firma la puesta en
escena de un texto crítico plagado de visuales. Intercala danza y figuras
tomadas del arte para interpelar al espectador más somnoliento. En ocasiones
parece una imitación muy alejada del Tantztheater, y en otras encaja en el
discurso formal de la representación. Momentos corporales bordados por (Guillermo
Weickert), y mantenidos por la solvencia actoral de un equipo competente y
entregado. Diego Garrido, ha ganado seguridad en las tablas desde Los
nadadores nocturnos, y Adela tiembla con el texto en su discurso final.
Sin embargo, una obra con un
planteamiento tan claro; un lugar en el que las mujeres han de ser sustituidas
por hombres para poder ser escuchadas; se transforma en un globo pinchado con
un monólogo final fuera de lugar (pese al buen hacer de Jaime Lorente). Los
lugares comunes de una voz que rompe la potencia de un texto perfecto en sus
límites restan credibilidad al conjunto, hacen de nuevo que un ego sobrevuele
una obra… en algún punto ya no es Adela, es la directora la que habla, son sus
experiencias, sus enfados, sus eslóganes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario