A menudo las cosas no
suceden como esperamos. Ni siquiera llegan a suceder del modo en el que nos
empeñamos que sucedan. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido con esta reseña.
No solo duelen los golpes fue una
obra a la que fui invitada por un familiar. Debía de ser la única, al menos en
mi entorno, que desconocía el monólogo, pero así era y el impacto fue intenso.
Hoy no presento una crítica estándar porque han pasado varios meses y sigo sin
ser capaz de escribir todo lo que quisiera decir. Me he puesto varias veces
frente al teclado para sintetizar la emoción de realidad que experimenté frente
a Pamela y no he sido capaz. Probé creando un hilo conductor, dibujando el fresco
final que quedó impreso en el rostro del público, tirando de literatura
feminista, y aun así nada di a luz. Pasaron los días y no publicaba, no tengo
por qué hacerlo, me decía, pero vaya, quería, y quiero…, merece la pena. Las
horas viajaron entonces entre los gestos que aprendí frente a ese pedazo de
mujer, y volví a sentarme. Lo intento de nuevo.
A día de hoy el juicio
por la manada copa las noticias, el patriarcado se cuela en las conversaciones
de autobús, adolescentes de barrios obreros pasean pertrechados de simbología
morada y las firmas apuestan por la nueva moda. ¿Moda? Esa pregunta da para una
tesis y este no es el lugar. Lo meridianamente claro aquí, es que Pamela es
necesaria. Viéndola, los bolsillos se llenan de epifanías ilustrativas que
mostrar a los viejos amigos humanistas.
Lo personal me
acorrala cual pacotilla-redactora, pero esto no va de mi vida sino de animaros a
ver esta propuesta, así que imaginad un teatro pequeño, o el salón de actos del
instituto más cercano. Poned en medio a una mujer de ojos claros, gafas, piel
blanca y pelo oscuro. Y un banco, o unas sillas, y una sudadera. Ahora imaginad
muchos personajes, más de los que os vienen a la cabeza si digo Pirandello.
Bueno, una trampa, la base aquí es totalmente verídica. Tenemos a una
adolescente enamorada, a un novio que la quiere tanto tanto que la controla, y
un futuro incierto que se va abriendo ante nosotros con sinceridad.
Pamela cuenta su
historia y es capaz de enganchar a púberes contestatarios. Eso en si mismo ya es
alucinante, pero lo es más aún si el tema es el machismo y el curriculum oculto
del género y la diferencia. Los discursos tan lógicos de los hombres que me
explicaban serenamente que el feminismo no es necesario se deshicieron durante
la representación con gestos tan sencillos como categóricos. Y no solo eso, mis
privilegios de mujer blanca, cis y hetero brillaron ante mí, vamos lo que viene
siendo una apertura de ojos estándar, y eso que yo me suponía rodada.
Hace unos meses, a
cuenta de un artículo para una revista, planteé a mis dos amigos más normativos
una cuestión muy sencilla: “alguna vez te has preguntado qué significa ser
mujer/hombre”. Ella respondió que sí, él, que no, y en mi mente apareció la
foto de Caitlin Moran con su media sonrisa. Ambos regulares en todo, deportista
y friki uno, amante de la moda y el maquillaje otra, universitarios, de edades
similares y confesos no feministas los dos, respondían a algo tan clave de
manera tan divergente. ¿Por qué? Bueno, es una respuesta multimodal que de
nuevo da para un ensayo más extenso.
Los psicólogos
sociales explican que solemos defender nuestras creencias cegándonos a todo
aquello que las contradice y agarrándonos con titánica fuerza a
pseudo-evidencias más halagadoras. De ahí, entre otras cosas, la dificultad del
cambio. Diseñados para mirar lo que coincide con nuestro grupo y pensamiento,
sobrevivimos apostando nuestra realidad a palabras en el aire. Nos da paz, así
que cuestionar cosas tan básicas como la igualdad cuesta. Y cuesta: a una amiga
su novio le dijo hace unos días: “a ti lo que te pasa es que crees que el
hombre es igual a la mujer, tú eres una feminista de esas”. Noviembre de 2017. Hace
un par de semanas era yo la que intentaba encontrar mi razón subconsciente para
hacer un curso en otra ciudad, por libre, solo porque un compañero me negaba
vehemente la razón más simple, véase aprender un deporte. No fue hasta llegar a
Madrid que me di cuenta de lo que “una mujer que viaja sola” puede buscar.
Y por esto y un millón
más de razones, el monólogo de Pamela tiene que ser visto, difundido y
compartido. Hombres y mujeres, de cualquier tipo, categorización y condición
están invitados a esta narración itinerante. La actriz que abraza su vida en
cada representación modifica la atmósfera usando una prenda de abrigo y un
cuerpo. El miedo llega a las gradas en momentos, y los abrazos cierran cada
representación, estoy segura. Porque allí en la primera fila está esa
veinteañera que se encuentra de casualidad a su novio cada vez que sale con sus
amigas, sin él. Y al otro lado hay una mujer que aguanta a su pareja lanzando
objetos y golpeando las mesas cada vez que ella hace un “mal comentario”. Un
poco más atrás está esa otra que oculta sus relaciones previas a un celoso a
posteriori. A mi izquierda una belleza arquetípica está a dieta porque su
pareja de pasada le dijo que sus muslos eran más bonitos algo más delgados. A
otras las han empujado en los baños de las discotecas tíos variados porque
“ellas lo pedían con la mirada”. Muchas más han sido rescatadas por amigas en
situaciones inverosímiles con exceso de testosterona. Todas nos sentimos
inseguras con los piropos porque las amenazas dan miedo. Cuántas veces han
salido detrás de nosotras, aunque fueran unos pasos para decirnos más mierdas. Cuántas
veces te han llamado puta, o fea, o guarra por decir que no, o por decir que
sí. Dime ¿Cuántas?
Y tú, que has
encontrado respuesta para todas y cada una de las líneas de arriba, ve a ver
“no solo duelen los golpes” porque Pamela Palenciano es tan gráfica que el
mensaje que yo no logro hacerte entender hilando palabras acabará en tu cerebro
y en tu pecho. Después solo habrá más nitidez y estarás a un paso más de
entender por qué
La revolución será
feminista o no será.
No solo duelen los golpes
Teatro: Internet/Teatro del barrio/Centros Culturales/institutos/etc/distintas ciudades
1 comentario:
Yo también asistí y la verdad salí sorprendida.
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